¿Qué fue de la revolución?

Síbaris fue una ciudad próspera de la región calabresa que en el s. V a.C. comerciaba con Mileto y los etruscos. Su éxito comercial llevó a sus habitantes a un grado de refinamiento tal, que rehusaban probar comida que no fuera un manjar, beber un vino que no fuera el más exquisito, vestir prenda que no estuviera elaborada con la más fina seda, engarzar joya que no fuera de la mejor talla o incluso montar un caballo al que no se le hubiera enseñado, además de a trotar y galopar, también a bailar. De hecho los caballos sibaritas cobraron más fama por su agilidad en el baile que por su velocidad en las carreras.

Envidiosa de su prosperidad, Crotona envió a su ejército a invadirla. Los sibaritas les esperaban extramuros exhibiendo su poderío, perfectamente pertrechados, con sus lujosas armaduras, con sus afiladas espadas, subidos en sus corceles. Y en el momento del ataque, los soldados de Crotona sacaron sus flautas y se pusieron a tocarlas al unísono, de modo que los caballos se olvidaron de la batalla y se pusieron a bailar. Los sibaritas fueron derrotados con facilidad.

La clase media es sibarita. Se compone de pequeños propietarios de clase obrera. Una clase obrera que ya no es proletaria porque se la ha cebado con sueldos mayores a condición de que los invierta en consumo; y, por tanto, teme atacar la propiedad privada, pasando así a defender los privilegios de los grandes propietarios. Esto configura una moral pequeñoburguesa en la que cualquier revolución fracasará al son que marque el consumismo. Pero al mismo tiempo, la mera idea de revolución tiene un efecto redentor en una moral en la que todo orbita entorno a descargar el inmenso sentimiento del culpa que provoca extraer felicidad del dolor ajeno. Una moral que les permite convertir su centro de gravedad en un punto ciego. Así, en la novela, en las películas, y en las fantasías de los distintos mass media, el revolucionario siempre es el héroe, como lo eran también los piratas y los bandoleros. Pero una cosa es fantasear con ella, y otra llevarla a cabo. Y ahí, la clase media se detuvo cuando tomó las riendas de la izquierda en el 68, en cuyo mayo los estudiantes universitarios reemplazaron a los obreros en las protestas callejeras, al grito de «Bajo los adoquines está la playa».

Mientras exista la clase media, no habrá revolución. Pero no hay por ello que incurrir en la falacia de la afirmación del consecuente, y concluir que cuando no haya clase media vendrá la revolución, porque los repertorios de lucha y acción directa se aprenden de generación en generación, y esa clase media los ha olvidado.

En España, por ejemplo, según el CIS, hace 20 años el 50% de los españoles se consideraban de clase obrera. Hoy son el 19%. Si se produjeran las condiciones idóneas para una revolución ahora mismo, los caballos bailarían frente a Síbaris.